lunes, 15 de septiembre de 2008

Te veo, te busco y te escondes

Te veo. Todos los días. Te veo en una silueta de piernas delgadas que se proyecta en el suelo de un parque. En una catarata de cabellos oscuros. En el pecho ingenuo de una adolescente. Te veo en los ojos profundos, oscuros y estrechos de cualquier oriental. En una sonrisa brillante, que aprieta con fuerza coronas contra coronas, y se muerde la lengua con picardía. Incluso te veo en las caras soñolientas de quienes la abandonan al balanceo rítmico del tacatán de las vías. En los labios que susurran "gracias". Te veo en despedidas con lágrimas.
Te busco. Entre narices respingonas. Entre manos que dibujan uves. Entre fotos de días mejores, dormidas en algún rincón de mi disco duro. Entre los brazos de niñas que se sujetan a las barras del metro. Entre grupos de turistas con sus cámaras dispuestas a fusilar cualquier piedra, que nunca nadie supo que estaba allí. Te busco en los besos de otras amantes. En lazos de chicos y chicas que entrecruzan sus dedos. En los andares pesados, que no se adaptan y se cansan al ritmo que marca esta ciudad. En cuerpos que descansan en el césped, con los pies desnudos. En unos pómulos que quieren huir de tu cara.
Te escondes. En las frases de tus correos, que ya no me ocultan nada. En miradas que dicen "me equivoqué" y que buscan una respuesta. En cada instante en el que te acercabas y yo ni me enteraba. En ojos de no entender. Te escondes en un recuerdo de tus labios encontrando los míos. En palabras de dura franqueza que caen como vigas de acero.

domingo, 14 de septiembre de 2008

A diez grados

Suena un teléfono. Le sigue unos pasos que se acercan y un descolgar.
- ¿Diga?
- ...
- ¿Hola? ¿Quién es?
- Ho-hola, Marta.
- Oh, Quique, eres tú. ¿Qué tal?
- ¿Cómo estás, mi niña?
- Estoy bien, gracias. Pero, por favor, no vuelvas a llamarme así.
- ¿Tanto te molesta que te llame así?
- Ya te lo he dicho antes. Yo no soy "tu niña". No soy la niña de nadie.
- Perdona, no te enfades. No te favorece.
- ¿Qué es lo que quieres? Estoy algo ocupada.
- ¿Ocupada? Pero si hoy es fiesta, mi niña.
- ¿De qué hablas? ¿Qué fiesta?
- Nuestra fiesta. Hoy hace cinco años que estamos juntos. ¿Ya lo has olvidado, mi niña?
- Oh, por favor - respiración profunda. - Quique, creí que lo habíamos dejado claro. Tú y yo no estamos juntos. Empieza a asumirlo. Hace ya casi dos meses que lo dejamos. Y los dos estamos mejor así. No insistas, sólo servirá para hacerte más daño.
- Pero, mi niña, yo creo que...
- ¡Te he dicho que dejes de llamarme así! Mira... siento haberte chillado. Ahora no puedo hablar. Lo hablamos más tarde, ¿de acuerdo? Cuídate.
- Pero, escucha...
Sonido de cuelgue del teléfono. Respiración profunda y pasos que se alejan, acompañados de una ligera reverberación en un pasillo. Suena otra vez. Al poco, los mismos pasos con un ritmo más presto, y descuelgue del teléfono.
- ¿Diga?
- ¿Has recibido las flores?
- Por favor, Quique, ya está bien. Estás empezando a darme miedo. ¿Qué te ocurre?
- Es que te quiero, mi niña. ¿Recibiste las flores?
- Las he devuelto.
- ¿Qué? Pero, ¿por qué?
- Mira Quique, lo siento mucho. Yo pensé que habías aceptado bien todo esto, pero me doy cuenta de que estaba equivocada. Lo siento de veras, pero yo ya no te quiero. Y creí que al menos podíamos salvar una bonita amistad. Pero tú no estás dispuesto a aceptarlo. ¿Me estás escuchando?
- ¿Por qué has devuelto las flores, mi niña? ¡Siempre te han gustado las flores! 
- Te he dicho que no me llames así. No puedo aceptar tus flores, Quique. Date cuenta de que esto no puede ser. Te estás haciendo daño, y me estás asustando. Sabes que te quiero como amigo, y por eso me preocupas. Pero no te puedo ayudar a superar esto.
- Pero amor, sabes que estamos hechos el uno para el otro. Ayer... ayer estuve releyendo todas tus cartas. Llenas de palabras de palabras bonitas, de besos... llenas de amor. ¿Te acuerdas? Yo siempre te he regalado flores, porque te encantan. Tú no tenías dinero y siempre me regalabas tu corazón en cartas y poemas. Me encantan tus poemas.
- En serio, Quique, para ya, por favor.
- Sabes que nunca he dejado de amarte, mi niña. Y yo sé que también me amas, pero ahora tienes miedo de echarte atrás porque eres muy orgullosa. Pero a mí no me importa lo que ha pasado, porque sé que nuestro amor puede franquear cualquier muro. Podemos hacerlo juntos, mi niña.
- No, Quique. Ya no podemos. Ahora es imposible.
- Pero, ¿por qué?
- Porque no estoy sola.
Breve silencio.
- ¿Me has escuchado?
- No hablas en serio. ¡No puedes hablar en serio!
- Lo siento, de veras. Sabes que no quiero hacerte daño. Pero es verdad. Hace ya unas semanas que conocí a alguien muy especial, y estamos saliendo juntos.
- ¡Oh, no por favor! ¡No me hagas esto! ¡No me puedes hacer esto!
- Escúchame, Quique
- ¡No, no, no! ¡No quiero escucharte! Pero, pero, pero... no puede ser. ¿Cómo te puedes haber olvidado tan rápido de todo lo que hemos pasado juntos?
- No, por favor, escúchame...
- ¡Tú misma lo escribías en tus cartas! ¡Decías que... decías que te faltaba el aire si no estaba cerca! ¡Decías que si yo no existiera, tu vida no tendría sentido! ¡Y lo decías de corazón! ¡Te conozco demasiado bien! ¡Sabes que nadie te conoce mejor que yo! ... No puede ser, no puedes hablar en serio...
- Lo siento mucho, Quique, pero no puedo seguir esta conversación. Me estás poniendo muy nerviosa. Perdona, pero tengo que colgar.
- ...No puede ser cierto...
- Voy a colgar. Por favor, no me llames más. Adios.
- No...
Sonido de cuelgue del teléfono. Momentos de silencio, manos en ojiva protegiendo la sien. Pasos que se alejan, acompañados de una ligera reverberación en un pasillo. Transcurren unos minutos. Tres, cuatro quizá. Vuelve a sonar el teléfono. Pasos que se acercan y sonido de descuelgue.
- ¿Diga?
- Soy yo, Marta.
- Por favor, Quique. Me estás asustando. Te dije que no me volvieras a llamar. Voy a colgar, y te aseguro que como vuelva a sonar llamaré a la policía.
- No va a hacer falta, mi niña. Te prometo que no volveré a llamarte. Tan sólo te pido que me escuches un momento.
- No Quique, voy a colgar.
- ¡Tan sólo un momento, por favor! Te juro que luego no volveré a llamarte. Escúchame un momento.
- Está bien, Quique. Te escucho. Pero tienes que entender que ya no hay nada que hacer.
- Ok, Ok. Escúchame, por favor. No cuelgues.
- De acuerdo, no colgaré.
- Vale... - Breve silencio. - ¿Sabes qué es lo que han abierto muy cerca de la floristería que hay al lado de mi casa? Una tienda donde venden armas y artículos de defensa personal. Me he parado a menudo frente al escaparate, cuando he pasado cerca.
- Oh, Quique, no por favor...
- ¿Sabes lo fácil que es falsificar un permiso de armas? Hay montones de páginas por Internet donde basta rellenar cuatro tonterías de datos personales y te imprimes el papel. Además, el vendedor no se preocupa mucho por la validez de lo que le enseñas, si le compras, ¿sabes?
- No habrás sido capaz. Pero, ¿qué es lo que quieres hacer?
- ¿Recuerdas que yo también te dije que mi vida sin tí no tenía sentido? Yo sí te decía la verdad. Y ahora te lo voy a demostrar.
- ¡Estás loco! No serás capaz de eso. ¡Tú no eres así! ¡Escúchame!
- Si la vieras, es tan bonita. Brillante, con un cañón tan brillante. Te puedes ver reflejado, aunque la cara se deforma un poco, parece un poco mostruoso. Resulta hasta gracioso, jeje.
- Por favor, Quique, reflexiona. No puedes hacer esto. ¡No puedes hacerme esto!
- Tan sólo hay que cogerla con firmeza y apoyar el cañón en la sien...
- ¡Por favor, deja ya eso! ¡Estás loco!
- Está frío... Como el hielo... No, no tanto. Parece que está... a diez grados. Algo así. Pero está muy frío.
- ¡No hagas eso! ¡Quítate eso de la cabeza! ¡No puedes matarte! ¡Escúchame!
- Ya sabes que yo siempre cumplo lo que digo. Pero yo sé que tú me quieres. Y no vas a dejar que esto suceda. Basta con que digas...
- No, Quique, por favor, no puedes hacerme esto. No puedes hablar en serio.
- ...que digas la verdad, que nunca has dejado de amarme, que volveremos a ser los mejores amantes, que estaremos juntos...
- Quique, por Dios, deja de hacerme sufrir. Por favor, no me hagas esto...
- Entonces, dilo.
- Por favor, para ya...
- Está fría. Qué bonita, pero qué fría. Y puede hacer tanto daño. Y a la vez quitar tanto sufrimiento. Es igual que tú, mi niña. Tan sólo debes disparar. Dime que me amas.
- No, por favor, Quique, no hagas eso...
- Adios, mi niña. Te quiero.
- ¡NOOO!
Se oye un disparo agudo y seco. Sin eco. Al instante, el auricular comunica. Se oye el ruido del auricular golpeando el suelo y un cuerpo que se derrama, llorando.
- ¡DIOS NOOOO! ¡QUÉ HAS HECHO! ¡ESTÁS LOCO! ¡NO PUEDE SER! ¡No es posible! ¿Por qué?
Ruido del auricular colgándose y volviéndose a descolgar. Un dedo se desliza por el dial. Marca tres números. Para, vuelve a colgar y a descolgar de nuevo. El dedo repite la acción seguido de seis números más. Comunica. 
- ¡No por favor!
El auricular se vuelve a oir colgarse contra la base, y descolgarse de nuevo. La misma secuencia que el dedo dibuja contra el dial. Comunica. Cuelga con fuerza.
- ¡No, Dios, no! ¿Por qué me has hecho esto? ¿Es que no podías entender que ya no te quería? ¿Por qué lo hiciste tan difícil? ¡Yo podía haber sido tu mejor amiga! ¿Cómo quieres que viva con esta culpa? No, no... ¡YO NO TE HE MATADO! ¡No me hagas esto! ¡Te podía haber ayudado! ¡Te quería! ¿Por qué no me escuchaste? ¿Qué te ha pasado? ¡Tú nunca fuiste así! ¡No me hagas esto! ¡No me hagas esto!
Se oye el auricular descolgándose y otra vez el dial bailando su danza de nueve giros sobre la base. Comunica de nuevo.
- ¡Dios mío, Dios mío! ¡Esto no puede estar pasando! ¡NO PUEDE SER REAL! ¡No me puede pasar a mí! ¿Pero, por qué yo? ¿Qué es lo que he hecho? ¡Por favor, Quique, no me hagas esto! ¡Yo te quería, pero sabías que todo se había acabado! ¡No era posible! ¡Por Dios, no me hagas esto! ¡No podré soportarlo! ¡Qué me has hecho! ¡Te odio! ¡Por favor, no me hagas esto! ¿Por qué te has matado? ¡Yo no he hecho nada! ¡Yo te podía haber ayudado! ¡Tan sólo tenías que aceptar que...! ¿Por qué lo has hecho?
Se oye el teléfono. El cuerpo desparramado por el suelo cercano, que sigue en su llanto lastimero, se incorpora y descuelga el auricular. No dice nada.
- Hola, mi niña.
- ¡Por Dios, Quique! ¿Qué has hecho?
- Bueno, el sofá ha quedado un poco feo.
- Pero, pero...
- ¡ESCÚCHAME HIJA DE LA GRAN PUTA! ¿TE CREÍAS QUE IBA A SER TAN IMBÉCIL DE ACABAR CON MI VIDA POR TÍ? ¡PUTA, MÁS QUE PUTA!
- Pero...
- ¡No eres nada! ¿Me entiendes? ¡Yo lo hice todo por tí! ¡Te quise como nunca ha querido nadie! ¡Y jamás...! ¿me oyes? ¡Jamás, jamás te va a querer nadie como yo lo hice! 
- Dios mío, qué me han hecho...
- ¡ Estos dos meses han sido para mí un infierno! ¿Te enteras? ¡Estuve a punto de acabar con mi vida en más de una ocasión! Pero ¿sabes una cosa? No te lo mereces. Porque jamás pensaste en cómo podía pasarlo yo por dejarme sin motivo. Eres una puta. Eres escoria. Y no te mereces que nadie, ni siquiera yo, te quiera. Porque no sabes amar.
- ¿Por qué me haces esto, cabrón? ¡Me quería morir!
- ¡Ahora ya sabes cómo me he sentido durante todos estos días, hija de puta!
Silencio, que sólo lo cortan los hipidos y la respiración nerviosa.
- Y una última cosa te digo, perra: no vuelvas a llamarme. Jamás.
- ¡Hijo de puta! ¡Eres un hijo de puta!
- Adios, mi niña.