sábado, 4 de octubre de 2008

Desterrando un reencuentro


NOTA: En este relato hay algunas palabras que he querido mantener en japonés para conferirle algo de carisma. Tras el texto hay un pequeño glosario con las palabras que no han sido traducidas. Disculpad mi esnobismo.

Vuelvo a mirar el papelujo arrugado donde la señora Shirakawa había garabateado las señas de su dirección. Odio cuando la gente mayor me escribe kanjis: deben entender que, aunque pueda llegar a entender (a duras penas) lo que me cuentan, no dejo de ser un estúpido gaijin y me cuesta mucho leer su caligrafía. Pero en este caso no hay duda: el veintitrés de Oomori sanchôme, primero, letra h. El taxista ha sido muy diligente: si hubiera sido en España, es probable que su homólogo se hubiera negado a meterse en esta barriada. No parece conflictiva, pero sí deprime el estado ruinoso de sus calles y de algunos edificios. Ni a un yanqui se le escaparía que, si Yumiko había recalado hasta aquí, las cosas no le iban muy bien, al menos no como soñábamos hace ya tanto tiempo, la última vez que estuve en esta ciudad. Y este chaparrón no romantiza la escena.
Pago religiosamente al taxista el importe exacto (todos sabemos que aquí rechazan las propinas) y abro mi paraguas mientras salgo por la puerta. Voy sorteando los charcos que se forman dentro de los socavones de grava y barro en que se ha convertido el viejo asfalto, desviando la mirada hacia las chapas de los números clavados en las farolas. El del veintitrés se aloja en un poste telefónico y tiene como vecino unas bolsas de basura y unos mazos de períodicos que se deshacen con el impacto de las gotas de lluvia. Y tras el poste, un edificio de apartamentos más ubicable en Calcuta que aquí. Millonario de grietas y trastos viejos junto a las puertas de cada vivienda. Una bici con una sola rueda acá, un calentador de agua amarillento allá, un marco vacío acullá.
No ha hecho falta buscar la hache, porque desde fuera he encontrado unas iniciales perfectas impresas sobre la puerta, en script: S.Y. Es reconfortante encontrarla tras tanto tiempo, y ese toque de elegancia en medio de la basura ayuda. Afortunadamente no hay ni una puerta que separe el mansion del resto del mundo ni portero que custodie el hall, pero me da pereza dar la vuelta estando tan cerca de mi destino y un salto de la valla me posiciona frente a su puerta. No soy Supermán, y menos desde aquella maldita operación de hernia, pero no hay mucha altura que franquear. Tampoco tengo poderes como para intentar ver lo que pasa al otro lado de la pared, pero puedo escuchar una televisión encendida y un grifo que se abre y se cierra. Han pasado más de siete años desde aquel cálido beso de despedida en aquel vagón que me llevaba al aeropuerto, en medio de todo el mundo, junto con mi promesa de un pronto reencuentro. Promesa que no fue cumplida.
No hay timbre. Bueno, lo que queda de él está colgando de un viejo cable medio pelado. Puede que sea mejor usar los nudillos, aunque el volumen de la tele llegue a amortiguar mi llamada, y así es como sucede. Mi segundo intento no pasa desapercibido. Casi me da un vuelco al corazón cuando reconozco su voz en un potente "hai!" desde el otro lado. Unos pequeños pasos que se aproximan cadentes (en eso no ha cambiado) y la puerta que se entreabre lo suficiente para darle la visión del exterior.

- Hola, Yumiko.- le digo sonriente, falseando una calma que no tengo.
- ¡Araa! ¡Enrique-san! - exclama, abriendo su puerta ampliamente.

No ha cambiado mucho, y aunque tiene la cara más endurecida, su curiosa belleza se ha negado a abandonarla. El cabello más corto y permanentado le suma algunos años más. Sigue siendo extremadamente delgada, el delantal ceñido no esconde su figura. Pero el aire doméstico que le confiere no acaba de casar con la imagen que conservaba de ella. Vuelvo a subir a sus ojos, aquellos ojos profundos donde te podías zambullir hasta evadirte de la realidad. Conocer los verdaderos sentimientos de los japoneses en una situación normal es casi imposible. Los entierran en lo más profundo de sus entrañas y visten su rostro con la máscara del poker face. Pero no son robots, y ella menos. Le traiciona el tatemae y la emoción le ha embargado. Tarda unos pocos segundos en reaccionar hasta que vuelve a salir su yo más nacional.

- ¡Ha pasado mucho tiempo!- prosigue con una pequeña reverencia.
- Siete años y un poco más. ¿Qué tal estás?
- Muy bien. ¿Y tú? ¿Qué estás haciendo en Japón?
- ¿Te importa si paso?
- ¡Claro, claro! Está lloviendo y hace frío ¿verdad?. Entra por favor, haré té.

Se echa a un lado para permitirme el paso y tras cerrar la puerta tras de mí, recoge de un zapatero unas zapatillas un poco viejas para que me las ponga en lugar de mis zapatos sucios de barro. No se puede pasar a una casa con calzado de la calle. Pero dudo que sean de mi número y no me apetece ponerme las zapatillas que hayan podido usar otros. Hace siete años no me importaba. Ahora sí.

- No te preocupes, seguiré descalzo.

Sonríe mientras pronuncia un ligero "hai" seguido de una pequeña reverencia, y tras permitirme colocar los zapatos en el suelo junto a la entrada (las punteras mirando al exterior) me dirige hasta una salita de estar en el que desemboca un breve y angosto pasillo. Un niño que aparenta unos tres años, tumbado panza abajo frente al televisor sobre el suelo de tatami y dando cuenta de una galleta tan grande como su cara, ha abandonado su atención de los dibujos animados para no separar la mirada de la estampa que debe ofrecer un gaijin de unos cuarenta tacos, alto y desgarbado, con el pelo entre castaño y canoso y algo mojado por culpa de la puñetera metereología impredicible de este país. Los ojos abiertos de par en par, a medio camino entre interrogadores y desafiantes. Mientras intento ganarme su confianza sonriendo y asintiendo ligeramente, busco un asiento que no hay: en esta sala hay espacio tan sólo para la tele y un kotatsu cubierto de un fino mantel verde con flores.

- Anata, ¿dare?- me pregunta con descaro, mientras me escanea de arriba a abajo.
- Soy un viejo amigo de Yumiko-san. Me llamo Enrique. Mucho gusto en conocerte. ¿Y tú cómo te llamas?

"Kenta", tarda en contestar. "Mucho gusto en conocerte", prosigue. Los japoneses son así: pueden odiarte en un instante, pueden estar a punto de acribillarte con la mirada, pueden hasta desearte las mayores desgracias... pero el protocolo les exige ser corteses en todo momento. No es algo a lo que me haya costado acostumbrarme, pero hay una diferencia con este niño en comparación con el resto de los encuentros que he tenido desde que pisé tierra aquí: él no me sonríe. Los tres años aún no le han desembarazado de la actitud franca de la infancia. Algo sucede ruidosamente en la pantalla como para que el niño se olvide momentáneamente de mí.
Yumiko vuelve a aparecer por la puerta por donde desapareció, esta vez sin delantal. Tal y como pensaba, sigue conservando la delgadez de cuando nos conocimos en aquel edificio con tantas habitaciones de solteros. Aquellos meses que tantas veces había recreado mientras miraba fotos, y mientras releía el torrente de emails que habíamos mantenido durante los tres meses posteriores a mi marcha. Despues, el contacto cesó. Los emails que mandé dejaron de ser respondidos, y el resto de los compañeros de piso con los que mantenía correspondencia por el mismo canal evitaban mis insistentes preguntas por ella. Hasta que Makoto, Mak-kun, uno de los chicos con los que hice más amistad en aquella época, me contestó. Y me pidió que la olvidara, que no volviera a preguntar por Yumiko nunca más, porque estaba incomodando a todos. Especialmente a ella. No tengo la menor intención de describir cómo me sentí en aquel momento.

- Dôzo- dice ella, indicándome que me acomode en el kotatsu. Nunca antes había usado uno, porque siempre que había estado allí no hacía tanto frío como para usar uno. Ni tan sólo Mieko, mi esposa ya fallecida, había comprado uno mientras estuvimos en España. No fue necesario, pero siempre tuve la curiosidad de saber cómo sería aquello. Me siento sobre el tatami, metiendo las piernas bajo el kotatsu. Es muy cálido, y mis pies descalzos agradecen el calor que irradia.

Kenta! ¿Te has presentado a nuestro invitado?- pregunta Yumiko, inclinando la vista hacia el niño.- Ven aquí.

Un largo "hai", más una protesta o una indicación de pereza que una afirmación real, es lo que precede a la aproximación de Kenta. Tumbado parecía más bajo de estatura, pero para la edad que aparenta es bastante alto. Se sienta junto a su madre, de rodillas y sobre sus talones, fuera del kotatsu. Mantiene esos ojos desafiantes sin dejar de apuntarme, como un perro pequeño de los que, aunque conscientes de su inferioridad ante alguien amenzante, te hacen saber que protegen su territorio.

- Este es mi hijo Kenta- me dice, mientras le pasa la mano por el cabello al niño.- Va a cumplir cinco años el mes que viene, ¿verdad?

El niño no responde, se limita a asentir con la cabeza sin dejar de clavarme esos ojos. De cerca y sentado al lado de su madre puedo apreciar ciertos rasgos heredados, como la distancia entre los ojos y la forma de la mandíbula. No se puede negar que lleva la sangre de la familia Shirakawa.

- Kenta, tengo que hablar con este señor. Vete a tu habitación, ¿vale?-le pide Yumiko con un tono de canción amable.
- ¡Pero yo quiero ver la tele! -protesta.
- Pues vete a casa de Ken-chan y juegas con él. Luego me paso a buscarte.

Kenta se levanta lanzándome la peor mirada de todas, un contundente "por tu culpa". Abandona la estancia suspirando, y a los pocos segundos se le oye salir por la puerta que da a la calle.

- Ken-chan es el hijo de unos vecinos. Pasan mucho tiempo juntos- me explica Yumiko. - Es un poco desobediente, pero no es mal chico. Disculpa si te ha molestado- prosigue.
- No, en absoluto - le contesto. - Parece un niño muy inteligente.
- Sí, lo es. Lo entiende todo. Por eso le he mandado marcharse a casa de su amigo.

Un ruido ahogado de cocción proveniente del otro lado de la puerta dispara como un resorte la atención de Yumiko, que se levanta rauda a atenderlo. Eso no le impide seguir la conversación desde allí.

- ¿Cuándo has llegado a Japón?- oigo que me pregunta.
- Hace dos semanas- contesto.
- ¿Y cómo me has encontrado?
- Me lo dijo tu madre.
- ¿Eh? ¿Has hablado con mi madre?- pregunta contrariada.
- Bueno, cuando llegué a Tokio intenté ponerme en contacto con Takuma, con Yuuki, con Mak-kun y con Karen - todos ellos se habían hospedado en la residencia y fueron colegas de borracheras durante los meses que estuve allí.- Sólo pude hablar con Karen.
- ¿Qué tal le va?- me pregunta.
- Bien. Es profesora de inglés en una academia. Me alegré mucho de volver a verla. Pero no sabía nada de tí.
- Perdimos el contacto cuando me fui de la residencia. Cuando te fuiste, dejamos de salir juntos, y cada uno comenzó a frecuentar otras compañías.- me explica.
- ¿En serio? Qué pena... Bueno, - prosigo- me fui a la oficina de Fuji State House, y la señorita Sueno sigue trabajando allí. Me costó un poco sonsacárselo, pero me dió la dirección de tu madre.
Mientras digo esto aparece Yumiko sosteniendo una bandeja con una tetera, dos tazas con sus cucharillas y unas pastas. No lleva azúcar, pero ya me he acostumbrado a tomar el té solo. La deja sobre el kotatsu, sirve el té y me acerca una de las tazas. Se vuelve a sentar enfrente, y apoyando los codos sobre la superfície y la cara sobre las palmas espera a que yo coja mi taza y lo pruebe para hacer ella lo mismo.
- ¡Oolong! Es mi favorito- le digo satisfecho tras el primer sorbo.
- Lo sé - dice sonriente - No he vuelto a probar otro desde que lo tomábamos juntos.- Ella toma con calma otro sorbo de su taza.- Sigue, por favor.
- Eeeh, sí... Sí. Sueno-san me dió la dirección de la casa de tu madre, pero no sabía el teléfono. Así que al día siguiente fui allí.
- ¿¿Has ido a Oita??- pregunta muy sorprendida. De Tokio a Oita, la ciudad natal de Yumiko, hay unos quinientos kilómetros.
- Sí. Busqué la casa de tu madre y estuve hablando con ella.
- No debiste hacer eso. ¡Mi madre tiene cerca de setenta años!- me recrimina enfadada.
- Es una mujer muy amable. Cuando le dije que era un viejo amigo tuyo, insistió en que me quedara en su casa el tiempo que pasara en Oita. Fue un verdadero placer conocerla.
- Mi madre es así, adora a los gaijin - me explica.- Cuando estaba en Oita, ella insistía en que tuviera amigos extranjeros, para aprender bien inglés y tener un mejor futuro trabajando fuera. No le hice mucho caso.
- Bueno, me conociste a mí.- le interrumpo.
- Pero contigo no hablaba más que en japonés, y no me sirvió para aprender ni inglés ni español.
- ¿Recuerdas que quisiste aprender español?
- ¡Sí! Quería poder algún día escribirte algún email en español. Pero no valgo para estudiar- contesta, en tono nostálgico.- Pero no debiste molestar a mi madre...- vuelve a recriminarme.
- Lo siento. -me disculpo.- Perdóname. Pero necesitaba saber qué tal estabas. Necesitaba hablar contigo. ¡No sabía nada de tí desde hace más de seis años!

Yumiko se queda callada, mirando su taza de té. Parece que está masticando las palabras que desea decir, pero aguarda con paciencia el momento. Comienza a darme miedo lo que pueda oir, y aparecen al mismo tiempo una voz que critica mi presencia allí y un deseo de abandonar esa casa antes de que suceda lo peor. Pero es demasiado tarde, y no hago caso a ninguna de las dos.

- Por favor, Yumiko, explícame qué te pasó. Dime porqué rompiste tan pronto el contacto.- le ruego.

Ella sigue mirando fijamente la taza. El aire comienza a volverse pesado, y ya me molestan los pies bajo el radiador. Jamás pensé que iba a echar de menos tanto estar de nuevo bajo la lluvia, que golpea incitante los cristales de la única ventana. Pasados unos instantes, Yumiko rompe su silencio.

- Tuve que dejar la residencia de Fuji State cuando se hizo imposible ocultar mi embarazo.- dice fríamente.- No podía mostrarme así delante de todos, era demasiado vergonzoso.
- ¿¿ Qué ??
- Perdí mi trabajo, porque no había pasado ni cuatro meses que estaba contratada. Así que no era fácil, en paro, encontrar otro sitio donde vivir. Tampoco podía volver a casa de mi madre, porque la habría matado del disgusto y la vergüenza.
- ¡Espera, espera, espera!- le ordeno. - ¿¡ Qué me estás contando !? ¿¿Por qué no me dijiste nada??
- No podía hacer eso. Te habrías sentido responsable y habrías querido venir aquí.- me contesta.
- ¡Pero, pero ¿qué me estás diciendo?! ¡Pues claro que habría venido otra vez! ¡Es cosa mía!- le grito mientras me levanto- ¿Cómo pudiste habértelo callado? ¡Debiste decírmelo! ¡Es nuestro hijo!
- ¡No chilles! - me ordena.- Te va a oir todo el mundo.
- ¡Y qué me importa! ¡Joder, Yumiko!¡Me lo tenías que haber dicho!
- ¡A mí sí me importa! ¡Calla y déjame terminar!- me chilla muy enfadada.

Nunca había visto así a Yumiko, así que la obedezco, aunque me cueste. Se añaden nuevos interrogantes a los que ya albergaba mi mente desde hacía tanto tiempo. Aún no puedo creer lo que acabo de oir.

- Makoto me ayudó. Se responsabilizó de mí. Me buscó un apartamento y pagó los costes. Estuvo hablando con amigos suyos, y uno de ellos me ofreció trabajo. Era una empresa de mantenimiento de oficinas. Tenía que trabajar por las noches, limpiando.- Se calla porque necesita llevarse una mano a los ojos, no me he dado cuenta de que hace un rato que las lágrimas se abren paso por sus mejillas.- Mak-kun me dijo que se casaría conmigo si yo accedía, pero había una condición...

Ya no hace falta que siga escuchando, porque mi cabeza ha recuperado por un instante la cordura y calcula cien asociaciones por segundo. Relaciona, descarta, ramifica y poda. Parece que va a estallar, como la víctima de un scanner.

- Mak-kun no tenía más dinero, así que se lo pedí a mi madre.- Calla un instante y sigue- No le dije que era para operarme. Pero ella me obligó a que fuera a verla. Fuimos Mak-kun y yo a Oita. Él le dijo que nos íbamos a casar, pero necesitábamos dinero para pagar los costes. Al verme, mi madre se quedó muda. Se levantó, sacó de un cajón un sobre con mucho dinero, casi un millón. Lo puso sobre la mesa, me dijo "adios" y se retiró. Nosotros cogimos el sobre y aunque intenté agradecérselo, mi madre no quiso escucharme. Volvimos a Tokio y con ese dinero aborté y despues... me casé con Mak-kun. Desde entonces no he vuelto a saber nada de mi madre.

Hace tiempo que ya no la miro a la cara. Comienza a resultarme muy desagradable su presencia. Siento la necesidad de odiarla, y aunque creo que me faltan argumentos para llamarla asesina, prefiero huir de ahí... Pero ella sigue hablando.

- Mak-kun consiguió un ascenso en su trabajo. Yo había dejado de trabajar, pero pudimos encontrar un lugar mejor para vivir los dos. Pero las cosas empeoraron. Mak-kun siempre estaba trabajando y casi no nos veíamos. Trabajaba muy duro, muchas horas. Al año y pico nació Kenta. Mak-kun comenzó a agobiarse. Cada vez venía menos por casa, y cuando lo hacía acabábamos discutiendo. A los pocos meses, pidió un traslado en su trabajo. Ahora vive en Akita, donde está su familia. Sigue manteniéndonos, pero no lo vemos.

Yo ya no lo aguanto más. No puedo irme, porque aunque sea por respeto debo permanecer hasta el final. Pero por las paredes de mi cráneo rebota siempre la misma intención: huir, desaparecer, esfumarme, disolverme... Pero ella sigue hablando.

- El dinero se acaba pronto cuando tienes un hijo al que mantener. Yo no puedo trabajar, porque Mak-kun no me lo permitiría, y no quiero avergonzarle frente a los que le conocen aquí. Así que tuvimos que mudarnos a esta casa. Pude hacer algunos amigos en el vecindario, y a Kenta no le importa, no se acuerda de la otra casa. De vez en cuando escribo a mi madre, le mando fotos de Kenta... Pero nunca contesta.

Se levanta retirándose del kotatsu y se acerca a la ventana. Es posible que lo haga porque no quiere que le vea la cara, quizá lo que venga ahora sea más insoportable para ella. A mí ya no me caben más actitudes incongruentes ni actos incomprensibles para este gaijin estúpido. Barajar la posibilidad de que todo aquello no esté pasando en realidad comienza a cobrar validez en mi lista de posibles interpretaciones a todo este sinsentido... Pero ella sigue hablando.

- No entiendo qué era lo que pretendías al venir aquí. Y no me puedes echar la culpa por haberte ocultado todo durante estos años. ¿Qué iba a hacer? ¿Decirte que vinieras? ¿Y luego qué? Ya había bastante con intentar recuperar mi vida, no podía destrozar también la tuya. Prefería atesorar todos los momentos maravillosos que tuvimos juntos. Hasta hoy los guardaba con un tesoro.- Abandona la vista de la ventana y se gira hacia mí- No tenías que haber venido. Has acabado con ese recuerdo. Ahora te recordaré como aquel que ha venido, despues de siete años, a recuperar el tiempo perdido, y regresará odiándome porque intenté sobrevivir a sus espaldas. Y tú me recordarás con odio, con rencor. No puedes aparecer, como un fantasma del pasado, pensando que estaría esperándote. Me costó, pero aprendí a no odiarte. Por suerte, tengo a Kenta. Me has arrebatado tu recuerdo, pero no puedes quitarme nada más. Por favor, vete.
- Yumiko, yo no podía saber...
- Vete, por favor. Deseo de corazón que encuentres la felicidad. Cuídate.

Ya no necesito escuchar más. Reuno todas las fuerzas que me restan para disponerme a salir de allí. Me levanto, hago una ligera reverencia hacia ella, pero ni siquiera me preocupo si existe una réplica. Me veo incapaz de mirarla de nuevo. Ni siquiera espero que me acompañe. Me dirijo al pasillo de la entrada y vuelvo a calzarme mis zapatos. Están fríos y húmedos, la peor combinación. Cojo mi paraguas y salgo. Ni siquiera me molesto en abrirlo.

No Yumiko, no me arrepiento de haber venido. No me arrepiento de haberte vuelto a ver y de saber, por fin, el porqué de ese silencio de siete años. Como tampoco me arrepiento de marcharme ahora y de desterrar cualquier intento de un reencuentro o de una nueva vida juntos.

Sí me arrepiento de haberte abandonado y de recrear esta situación mil veces en mis sueños. Jamás ningún resultado llegó a aproximarse a esta realidad, que parece extraída de la novela de un pseudo-Zola contemporáneo. No puedes justificar todos tus actos bajo un halo de disciplina social, y decir que has tenido el valor de... Es moverse dentro de esa opresión que te aliena como individuo la actitud más cobarde. "Todo en tí fue naufragio..."

Llevo andando diez minutos hacia el puerto y aparece un providencial taxi. Ese patético escenario lo conservaré con apatía en mi corazón. ¿Para qué? No existe una respuesta. Tan sólo estará ahí, sin que yo lo haya reclamado.

GLOSARIO

kanji: carácter ideográfico de origen chino, usado en varias lenguas orientales.
gaijin: individuo extranjero. Tiene ciertas connotaciones negativas.
mansion: en Japón, edificio de apartamentos pequeños.
ara(a): interjección de sorpresa, generalmente usado por mujeres.
tatemae: parte del individuo que se muestra a la sociedad. Se opone al honne.
kotatsu: mesa baja con una radiador en el interior. Te sientas en el suelo (o en una silla sin patas) e introduces las piernas bajo el kotatsu.

anata dare: ¿quién es usted?, expresado con poca educación
dôzo: expresión que invita al oyente a realizar una acción.
oolong: tipo de té, muy consumido en China.


6 comentarios:

niñapajaro dijo...

Oaby te veo como Natalie Wood en "Explendor en la Hierba".Necesitas leer a Amelie Nothomb no vaya ser que acabes siendo como el prota de "diario de una golondrina". bienvenido de nuevo al espacio. animoooossss

OaBy dijo...

A ver, que sus estáis esquivoquindo todos un poco con "Hable más bajo...". Dar rienda suelta a la creatividad no es enfermizo, sino más bien saludable. Tan sólo busco alternativas y posibilidades poco posibles, pero verosímiles y, desde mi punto de vista, creoq que puede ser interesante recrearlas vía escrita. Nunca buco comunicar anhelos ni relatar hechos.

niñapajaro dijo...

tranqui Oaby decia joseph beuys "que el pensamiento de cada persona constituye su propia obra" tu sige con tus historias sean reales o ficticias. jajaja que no hay ningún esquivoquindo. pasa de todo y sige contandonos historias.

Trinity dijo...

Primero, pido disculpas por mi ausencia (no tengo excusas).
Segundo... sigo siendo tu fan nº 1. Siento no ser crítica literaria para expresarme mejor, pero me atrapas, no me dejas despegarme de la pantalla hasta haber terminado de leer lo que hayas escrito (por prisa que tenga). Y además me encanta que te alejes de la típica historia de película americana con final feliz. La vida no suele tenerlo.
Ganbare oaby-san!

O de FLANEURETTE dijo...

por fin pude leer el relato...de los que van, el mas llevadero...sigue apuntando alto, o quizas, "apuntalando"? salud.

Chuzz dijo...

Por fin he terminado de leer el cuento (todo esto por falta de tiempo, no por su interés). Muy bueno!